¡Inocente!

Un amor imposible. Para Dani, Laura es un sueño de mujer: una rokera, de senos prominentes, que domina como nadie la guitarra eléctrica. Se conocen desde niños y se quieren, pero ella no le hace mucho caso. Es un colega, un compi, solo un amigo.

Caminaba distraído, pensando en ella, y sus palabras se escapaban de su boca:

─Veinticinco, como yo. Bonito número. Pronto será su cumple. Habrá que celebrarlo. ¿Y si este año le regalo una pulsera bonita, o algo especial? A ver si así…

Coincidió que, en ese momento, pasaba frente a la joyería del barrio y entró decidido. Por mirar no cobran. No disponía de dinero, quizás si algún amigo le prestara…

Le extrañó que la puerta se abriera sin tener que llamar al timbre y, más aún, que no hubiera nadie atendiendo al mostrador. Esperó pacientemente mirando los estantes. No sabía que, cinco minutos antes, el dueño sintió un fuerte dolor en el pecho. Sentado en la trastienda, a duras penas pudo llamar al 112:

─¡Socorro! ¡Me muero! ¡Vengan…, joyería calle San Pablo… la puerta está abierta…

Dani seguía esperando a que saliera alguien a atenderle. De pronto, el sonido estridente de varias sirenas al mismo tiempo le sobresaltaron. Una ambulancia y un coche de policía pararon frente a la joyería. Un hombre y una mujer policías entraron a toda prisa en el local. Tras ellos, un médico con un desfibrilador le preguntó:

─¿Dónde está?

─¿Quién? ─respondió Dani aturdido.

─¡Vamos adentro! Y usted, quédese ahí ─señaló el policía.

El médico intentó resucitar al joyero con la máquina, al parecer sin éxito.

Mientras, la mujer policía que registraba a Dani los bolsillos, exclamó:

─¡Tiene una navaja pandillera!

─¡Ponle las esposas! ─ordenó su jefe.

─¡Eh, oiga, que yo no he hecho nada! ¡Suélteme! ─gritó Dani.

─Eso nos lo cuentas en comisaría. ¡Marchando!

Poco después se encontraba esposado y sentado frente a otro policía que no paraba de escribir. Sonó el teléfono, el hombre descolgó y Dani escuchó su conversación:

─Sí, jefe. Un chico con malas pintas, ya sabe, rastas, piercing, tatuajes…, lo habitual. Dice que no sabe nada. Lo de siempre. Le hemos intervenido una navaja de pelea. Sí, sí, tiene antecedentes, Yo lo tengo claro: seguro que amenazó al joyero y fue cuando le dio el infarto. Que se quede las 48 horas en el calabozo a la espera del juzgado, ok.

Si ya su vida era muy complicada, ser acusado de homicidio involuntario lo hacía todo más difícil. Tumbado en el calabozo, Dani se preguntaba en qué momento comenzó a torcerse su existencia. La mala suerte lo acompañaba cada día, desde niño.

No quería disgustar a su madre. Bastante tenía ella desde que la abandonó el golfo de su padre. Recordó aquel día, al llegar del Instituto, cuando su madre le encontró los primeros porros… Y el día que se presentó en el local donde se reunía con sus colegas para beber y estar con las chicas… ¡Qué cara le puso!

Peor fue cuando le ficharon por participar en una pelea con heridos…, la pobre no paró de llorar en toda la mañana.

Su madre tenía razón, era un desastre. A su edad, ni siquiera había logrado terminar el grado superior de mecánica del automóvil, que tanto decía que le gustaba. Por ello, salvo unas prácticas en diferentes talleres, no tenía posibilidad de un trabajo decente. Todo lo veía negro. Y ahora ésto. Llamó por teléfono a Laura, su fiel amiga y se lo contó entre sollozos. Ella le ayudaría. No le falló. Rápidamente, movilizó a toda la cuadrilla y se pusieron a conseguir dinero. Había que buscar un abogado urgente. Dani no había hecho nada. Todos colaboraron y, antes de salir del calabozo, ya tenía contratada la defensa jurídica.

Al cabo de medio año, tras el juicio, le comunicaron la sentencia judicial: ¡Inocente!

Fue corriendo a su casa y le dio un fuerte abrazo a su madre.

Se sintió apoyado y querido por todos. Por fin, decidió dar un giro a su vida. Él sabía que podía ser un buen profesional. Los coches fueron siempre su pasión y conocía bastante bien la mecánica. Se esforzó todo lo que pudo y en unos meses acabó el ciclo superior. No tuvo que esperar mucho para conseguir trabajo en un taller.

Estaban contentos con él. Se le daba bien.

Para mayor felicidad, días después, comenzó a vivir con Laura en un piso de alquiler. Antes, se la presentó a su madre y obtuvo su beneplácito. Por fin la vida le enseñaba su lado bueno. Nunca más creería en la mala suerte.

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