Salud, dinero y amor

Juanito “el pelos”. Así le llaman en el barrio por su melena, tan larga como desaliñada. Y bien orgulloso que está de ella pues es el símbolo de su pasado rokero. A sus sesenta y cinco años, apenas tiene entradas. A quien le pregunta que cuándo se va a cortar esos pelos, le responde que nunca y que por eso tiene “la cabeza caliente y los pies fríos”, seguido de una sonora carcajada.

Un vaquero y su eterna chupa de cuero negro son su vestuario oficial junto a varias camisas muy coloridas. Juanito se ve joven a pesar de su mala salud. Los sucesivos catarros o resfriados que atrapa a menudo, se suman a su artrosis, lo que le provoca continuos dolores de rodillas y fuertes lumbalgias. Todo ello desde que cumplió los cincuenta. Él mismo se denomina “el amigo de los virus”, pues cada invierno agarra una gripe más fuerte que el anterior. Al llegar lo del coronavirus, estuvo a punto de irse “al otro barrio”.

Juanito vive solo en un apartamento mal aislado que heredó de sus padres. Tiene muchas ganas de que llegue el buen tiempo, entre otras cosas porque, dada su exigua pensión, todo el dinero se le va en calefacción. En los meses fríos, por cada día que va a la compra le siguen otros tres que tiene que vivir “de las sobras” de ese día. No le da para más. Algún cafelito y algún vinito de cuando en cuando. Su trabajo de autónomo como músico en diversos grupos no le fue muy rentable.

Soltero sin hijos. Las escasas chicas con las que ha convivido por una temporada, le abandonaron al llegar el invierno. No estaban dispuestas a pasar frío en aquella casa. Ahora, ya mayor, tiene claro que ninguna le va a hacer caso.

No sabe cómo, pero desde el otoño parece que todo está cambiando en su vida. Una tarde, en la bodeguilla de su barrio, una mujer “de buena presencia” le reconoció. Por lo visto, ella seguía a su grupo de músicos cuando era joven. Habla que te habla, recordando los viejos tiempos, han trabado cierta amistad. Un día tras otro, a eso de las cuatro y media, ambos se afanan por llevar las tazas de café hasta la mesa del fondo. Juan escucha a Maruchi, embobado, mientras le habla de su trabajo en diversos balnearios. Piensa que “esta mujer sabe de todo”. Ella le aconseja que tome agua con limón para no coger resfriados, que coma distintas frutas para disponer de defensas, que ventile bien su apartamento para que se vayan los virus, que haga unos ejercicios para las rodillas y otros para la lumbalgia…, es un no parar. Él le hace caso y, de momento, en lo que llevan de invierno, no ha cogido un solo catarro. Hasta le duelen menos las rodillas.

Es primavera. Juan se ha recortado y arreglado un poco su melena. Ahora se viste algo más formal y elegante. Parece otro. Maruchi se ha ofrecido a darle unos masajes para la lumbalgia, como en el balneario. Juan se deja hacer y se lo agradece. Y como “el roce hace el cariño”, poco a poco, al final, pasó lo que tenía que pasar: que ambos se han enamorado perdidamente. Juan ha decidido vender su frío apartamento e irse a vivir con Maruchi que dispone de un buen piso con calefacción central y bien orientado. Bien administrado, con ese dinero ya no tendrá ningún problema económico, ya que no tiene vicios ni le gusta gastar. Vivirán juntos, bien calentitos y con amor.

Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.

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